Hace unas semanas decidí irme a Japón.
No por trabajo. No para reunirme con nadie. Solo para desconectar y dejarme inspirar.
En Pilatus vivimos en un bucle constante de trabajo y a veces necesitas parar para recordar por qué empezaste todo esto.
Japón fue justo eso: una pausa con sentido.
Un país que funciona desde el respeto
Desde el primer momento te das cuenta de que en Japón todo está pensado para que la convivencia sea más fácil.
Nadie grita, nadie empuja, nadie ensucia.
La puntualidad, el orden, la limpieza… no son normas, son una forma de estar en el mundo.
Y eso se contagia.
Es difícil explicarlo, pero lo sientes al coger el tren bala, al entrar en un templo, o al recibir un ticket con ambas manos.
Pequeños gestos que dicen mucho.
Volví preguntándome cuánto más podríamos mejorar si todos pusiéramos un poco más de atención en cómo nos movemos por el día a día.
Inspiración en lo simple
Yo no soy diseñador, pero siempre estoy buscando ideas, referencias, detalles.
Y Japón está lleno de ellos.
Desde la arquitectura hasta la forma de montar un restaurante de dos metros cuadrados.
Hay una estética limpia, minimalista, pero con intención. Nada sobra.
Y lo mejor es cómo combinan lo tradicional con lo moderno sin que una cosa anule a la otra.
Es un equilibrio que nos encantaría reflejar más en Pilatus: que un producto sirva tanto para tu día a día en la ciudad como para una escapada de última hora.
Funcionalidad sin renunciar al estilo.
Estética sin renunciar al uso.
Rituales, silencio y tiempo lento
En Kioto pasé horas paseando entre templos.
A veces no hacía nada más que mirar.
Ver cómo la gente se purifica con agua antes de entrar, cómo escriben deseos en tablillas de madera, cómo caminan descalzos por pasillos de madera.
Todo con una calma que aquí hemos perdido.
Allí aprendí algo que intento traerme de vuelta: no hace falta estar siempre haciendo cosas.
A veces, parar también es avanzar.
Y en un mundo en el que todo es rápido, esa pausa te ordena las ideas.
Vuelves distinto, aunque no se note por fuera
Japón no me dio ideas nuevas. Me dio claridad.
Me recordó que se puede vivir con menos ruido, con más respeto y con más atención a los detalles.
Y que eso no es incompatible con seguir entrenando, trabajando y viajando.
Al revés. Es justo lo que hace que ese ritmo tenga sentido.
Volví con más ganas de hacer las cosas bien.
De construir una marca que no se quede solo en lo que se ve, sino también en lo que se siente.
Compartir:
#013 - Un día. Una isla. Una maleta.
#014 - Lanzarote, no hace falta irse tan lejos